Trasnochar



La niebla lo cubre todo intensamente, y entre la oscuridad de la noche, las luces parecen estrellas, difuminadas, creando sombras; pero no brillan más que los ojos o las sonrisas escondidas. Los pasos parecen rápidos, apresurados por llegar a ninguna parte, sosegados por la tranquilidad de la brisa nocturna. 

Las luciérnagas aparecen por encima del agua, tímidas, seducidas por la calidez del ambiente, y por la música de fondo. Avanzan, se pierden y reencuentran. Se esquivan y acercan. Pequeñas ante la inmensidad del mundo, aunque bellas bajo el efecto de lo que se desconoce. De no saber el camino, de no tener un destino. Los gatos salen a recorrer las calles vacías, solitarios, forasteros. Fieros escrutando el horizonte.  

Animales que por alguna razón se entienden, se ayudan y desconciertan. Peleados por ninguna razón, simpatizantes por alguna razón. A sabiendas de que cuando salga el sol todos deberían volver a esconderse hasta el atardecer. Los pájaros son la señal, para dejar de jugar. El amanecer persigue sus talones, y en la soledad de la vuelta, un ser desconocido pretende aullar. 

La luna, parece agradada por el resultado, pues pese a estar vacía y despoblada de vida, sabe que algún día, después de tantas promesas de enamorados, quizá, la hagan bajar para no solo mover las mareas. 

Y quise salir para correr aventuras, pensando solo en mí, pero volví a la realidad y cerré la ventana. Aquella noche solo debía dormir, pero sabía perfectamente que algún día escucharía el aullido, aunque tan solo fuera del viento, porque no era la primera vez que el rumor de las olas decía: es peor quedarse con las dudas  que descubrirlo. 

Y los animales esperarán, porque los gatos se creen listos pero los linces lo son más, saben que lo que tenga que ser será. Y todo puede ser, porque son seres de la noche, y siempre se quedarán con ganas de más. 




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