Nuestra canción



Había miles de canciones, tantas que no sabía cual escoger. Pensé que el destino se encargaría de tocar la ideal en el momento justo. Pero me quedé esperando demasiado tiempo. Música, nuestra fiel compañera.  En los buenos, en los malos momentos.  Al juntarnos, nos abandonó. La armonía de la vida cesó. Pero no nos dimos cuenta. 

Pasó el tiempo y las canciones sonaban. Ajenas. Lejanas. Vulgares. No quisimos. No pudimos. El problema fue no darnos cuenta. La vida. La muerte. Las ganas. La falta de ellas. 

Había miles de canciones, tantas que nunca nos paramos a escoger. Pensé que algún día nos decidiríamos. Para cada uno sonaba un ritmo diferente. Me quedé esperando demasiado tiempo a que el compás encajara. En los buenos, en los malos momentos. Al juntarnos, la música poco a poco dejó de sonar. La armonía de la vida cesó. Y me daba cuenta. Pero nada podía hacer. Nada podía decir.  

Me pueden las ganas de gritar. Ahora, cuando la música se ha vuelto lenta por un segundo. Para luego estallar. La música grita. La vida vuelve a la armonía. La armonía vuelve a vivir. Nunca tuvimos canción. Pero todas nos sirvieron alguna vez. Mejor que no haya una en especial. Peor que algunas vengan a mi cabeza por casualidad. Haciéndome recordar. 

Injusticia. Mentira. Mediocridad. No quiero que ese se convierta en nuestro himno. Pero no me ha quedado otro remedio. Por tu culpa. Por nunca querer seguir el ritmo conmigo. Porque me cansé de bajar el volumen de mi vida para nada. Me cansé de sentir que tenía que tocar todos los instrumentos. Para luego sentir que he perdido el tiempo. 

Y se acabó la función. Si quieres puedes llevarte los aplausos y las flores. No me importa. Porque la vida, la muerte, las ganas y la falta de ellas, siempre sabrán que la culpa no es mía. Me cansé. Me da pena. La injusticia, la mentira, la mediocridad, y el egoísmo, se convirtió finalmente en tu himno. Y no permitiré que también sea el mío.  

Así se quedó, el esqueleto del amor. En los huesos. Moribundo y finalmente difunto. Enterramos sus restos, desenterramos la música, para besarle en los labios y gritarla que vuelva. Para buscar nuestro himno. 


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