Camino
El tren anuncia la última parada.
Te levantas del asiento y coges tu maleta, te ajustas la chaqueta y esperas a
la frenada. Las puertas se abren y el frío gélido te hace entrecerrar los ojos,
sacas un pie y lo posas sobre las miles de hojas que se han acumulado en el
cemento. Intentas hacerte camino hacia la puerta de salida. El tren tras de ti comienza
a dar marcha atrás, ya no hay camino hacia adelante.
Fuera, en lo que debería ser un
lugar lleno de recuerdos y de esperanza, gritos y bullicio, tan solo hay hielo.
Hielo que vuelve rígido tu cuerpo, que te azota porque ya no hay vida, porque
todo está muerto, casi tan muerto como lo estás tú. Te sorprende, sobre todo
que yo no esté allí. Porque he muerto, porque ese mundo ya no era para mí.
Recorres las calles para intentar
encontrar vestigios de lo que un día fue tu vida, pero te marchaste, y lo
dejaste todo para creer que otro camino era el correcto, que quizá lo era, pero
no para mí. La estación, es lo único que queda, al que puedes volver a subir
siempre que quieras, porque aunque te cause dolor, o te entristezca el corazón,
siempre habrá un billete de único pasajero para ti. Quizá para mí lo hubiera habido también, pero no me dejaste otra opción que renunciar a él.
¿Duele verte solo en el invierno?
Porque lo cierto es que yo ya lo he pasado. Vas pasando por los lugares donde
todo tenía color y vida antes, y si te fijas, mi cuerpo está tendido sobre la
tierra, pudriéndose lentamente, mezclándose con el agua que todo lo
inunda.
No sabes qué hacer, porque la
vida es injusta, la vida es siempre una serie de acontecimientos
incontrolables, impensables, que yo no decido, y tú tampoco. Descubres que mi
cuerpo solo es el reflejo, de las veces que nadamos en el lago, de las veces
que sonreíamos por tonterías y lo éramos todo y nada al mismo tiempo.
El reflejo de tus recuerdos se
diluye, porque yo ya estoy muy lejos. Puede que muerta, como seguro que quieres
o esperas, o viva, más vida de lo que nunca me he sentido. Y lo gracioso es que
te pienso, te sigo, nunca romperé mi promesa de abandonarte, y te veo, tan
real, tan humano llenando los charcos de lágrimas, arrodillado frente a una
escena en blanco y negro, y después intentando volver a la estación, buscando
la forma de poner tablones nuevos en la descarriada vía.
Mi alma, mi espíritu, te sigue,
te persigue y atormenta, por haberte ido, por haber dejado que todo muriera. Ódiame.
Pero pasaré mi muerte siguiendo tu camino, en silencio, narrando los caminos
que tomes, narrando la senda del tiempo y las lágrimas perdidas por el suelo.
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