Un día de adiós






Un día amaneciste, los rayos del sol eran como oro sobre todo lo que tocaban, el cielo estaba teñido de tantos tonos cálidos que disimulaban los casi 10ºC de la calle. Los pájaros canturreaban junto a la ventana, y aunque era demasiado temprano y todo era hermoso, simplemente daba igual. ¿Verdad?

La coraza se estaba cayendo, ibas a volver a sentir la humanidad. Aquella que encerraste para no dejar escapar jamás. Pero sin buscar encontraste el remedio para esconderte entre las tinieblas como siempre. A ambas nos gustaba aguardar en las sombras con nuestros planes de futuro y nuestra entretenida espera sumidas en la oscuridad de la azotea. La que ya no visitas. No es que me importe demasiado, quizá aquí se separe nuestro camino.

Cambiaste todo, de un modo extraño. Encontraste una sonrisa y unas palabras bonitas. No te juzgo, a mi también me gustaron, pero cuando pensaba que eran, como nuestra forma de socializar, pura fachada. No, por desgracia no eran así. Las sonrisas eran por ti y las palabras se convirtieron en realidad.

Mi voz se apagaba, como las velas que encendíamos para relajarnos en las noches más frías y solitarias, oyendo canciones que servían como alcohol sobre heridas que sanaban por rabia. Nunca te dejé sola. Pero creo que ya es el momento.

Ahora lo tienes a él. Aquel que te cuida mejor de lo que pude llegar a hacer yo, tu conciencia con demasiada vida propia, y no me enfado, porque quizá me necesites y quizá vuelva. Solo hazme el favor de no olvidarte de nuestros bailes a las tantas de la madrugada, cuando nos cansábamos de reír en silencio y nos tirábamos en la cama con el pelo calado de la lluvia.

Las locuras se llevan a cabo mejor en buena compañía. De eso me he dado cuenta. Así que en tu ausencia iré a buscar algún 'Pepito grillo' con el que entretenerme mientras tu no estás.





(Foto de Aimara Ballesteros)








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