Nubes negras






Apoya la espalda en la pared fría de piedra, se pasa los dedos por los labios, despacio, recordando. Cierra los ojos y respira hondo. Lo pasado, pasado es, y no volverá. ¿Verdad? Cuantas maneras de meter la pata, sabiendo lo que estás haciendo, pero a ti mismo no te dejas actuar como se supone que deberías hacerlo, simplemente no quieres.
Cómo podría ella diferenciar aquellos sentimientos. Cómo podría entender que sucedía realmente. Todo parecían problemas. Todo parecía el fin del mundo. Desde ya entrada la noche las pesadillas la atormentaban. Y el resto del día, desde que se había levantado, no había ido mucho mejor que en aquellos extraños y marchitos sueños.
Le dolía la cabeza, la temblaba el cuerpo, la dolía el corazón y la respiración a ratos cesaba. Ansiaba salir corriendo, huyendo de allí. Olvidarse del mundo y perderse entre las sombras. Pero ya no hay sombras, únicamente para los maestros, y ella no lo era ni por asomo.
La gente se acercaba, así que tuvo que moverse, comenzar a caminar hacia aquel maldito rumbo de siempre, reprimiendo las ganas de llorar, las ganas de gritar. Maldito camino. Malditas ganas de morir.
Sabía que aquella no era solución. Pero en cambio seguía permitiendo que la niebla que se formaba entre sus buenos pensamientos, se estancara y no dejara ver con claridad.
<<El tiempo dirá>>  ¿Qué dirá? Dirá que se muere poco a poco, y que lo pierde entre sus labios en todas las veces que respira por idiota. ¿Qué dirá?  Que perecerá ante los brazos del destino, que no fue lo suficientemente fuerte para alzar la mano de entre los malditos siervos de la multitud. Nunca nada tiene sentido, pero jamás tuvo tanto como ahora.
Se acerca a su destino, y solo puede caer sobre la fría piedra que la atrapa. Que desacelera ese pequeño animal libre y salvaje que hay en unos ojos vivos, que los vuelve grises y los llena de límites y reglas infernalmente básicas, comunes y generales.
Vuelve a acariciarse los labios, maldiciendo minutos antes en los que pudo encontrar la felicidad, pero no quiso. No quiso por efímero, no quiso por dolor, no quiso por estupidez… No sabe ya porque no quiso, pero ahora tampoco quiere. Solo quiere morir.
Su mente da puñetazos para despertar ese espíritu que no debe morir, pero desfallece por momentos, como una muñeca de trapo descosida y sin botones a la que solo la espera ser olvidada o desterrada.
Sabe que no quiere eso. Se roza los labios. Se siente culpable, se siente fatal. Muere sin morir, y llora sin llorar. La atrapa el silencio. La come por dentro el dolor de no acertar. Maldito destino que devora su alma como el mismísimo diablo. Cuándo entenderá que nació para destacar, pero no lo hará hasta que sus ojos se lo muestren. Las nubes hoy avanzan veloces, mostrando la fuerza que gobierna también en su interior. Pero solo ve los charcos del suelo que lo reflejan. Maldito reflejo. Malditas ganas de llorar.
Por hoy se irá a la cama, pensando en el beso que pudo ser y no fue. Quizá mañana pueda ser y será. Reza a el silencio un ‘lo siento’ y cierra los ojos respirando y dejando fallecer más tiempo.


(Fotografía de Natalia Aguado, Irreberente) 

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