Malditas noches, malditos sueños.








Simplemente nos sentamos  en la parte de atrás de un taxi que había parado a tiempo, viendo como la poca claridad que había tenido ese día se esfumaba por completo al otro lado de los cristales, y las calles iluminadas por millones de luces. Nos mirábamos, a través el humo del cigarro que deambulaba despacio entre el espacio que quedaba entre nosotros. Tabaco de un cigarro envuelto en papel de lija para acariciar la salud, siempre lo pensaba, no trae nada bueno...  Me di cuenta de muchas cosas en ese momento, y pensé que algún día tendría que contárselas, pero no allí, no así. ¿Donde nos estaba llevando el taxi? Recuerdo haber subido, pero no haber indicado la dirección al conductor. Nadie estaba conduciendo, simplemente nos habíamos parado, fuera no había nada, ni luces, ni ruido, solo la noche: sola, oscura y silenciosa, como ella. Mi acompañante seguía hablando. Yo escuchaba atenta, primero a él y luego a ese pequeño él que me contaba las cosas en más profundidad, esos detalles que sin decirlos hacen que comprendas cada una de las demás palabras pronunciadas, algunos lo han llamado los sentimientos más profundos. Estaba muy cómoda y extrañamente feliz, intentando dar lo mejor de mi. Pero el coche comenzó de nuevo a deslizarse por la carretera. Sentía una presión muy grande. Mis ojos se cerraban. Apenas podía respirar. 
-... contra el mundo.- Escuché a lo lejos.

Abrí la boca para contestar '' juntos'', pero al abrir los ojos me dí cuenta de que lo había dicho en mi cama después de un sueño extraño. Pero no estaba sola, tampoco con la persona indicada. Me senté en la cama. Estaba agotada y eran las cinco de la mañana. Ella me miraba desde el otro lado de la habitación, oliendo la sudadera gris que había dejado allí. Llevaba su vestido rojo, a juego con sus labios, pero estaba descalza. Me miró con incredulidad, luego sonrió como solo ella sabe, y rió malvadamente. Dejó la prenda donde estaba y se acercó para sentarse a mi lado. Me acarició la cara.
- Sabes que algún día tendrás que escoger entre él y yo. No se pueden tener dos maestros. Lo peor es que sabes que yo te convengo, que podría enseñarte más que nadie en el mundo. Te escogí como aprendiz por algo. Porque pareces nada, y en realidad lo eres todo. Lo que formas en apariencia, lo que has creado gracias a mi, te ha hecho llegar a ser por dentro algo mejor, que quizá tenga que salir algún día, pero no creo que en este momento. Sé que eres testaruda y que no me vas a hacer caso. Pero espero no tener que abandonarte nunca. Recuerda que te amo.- Chasqueó los dedos haciendo arder en llamas rojas la prenda gris. Y se esfumó. 
Mi cabeza calló contra la almohada y volví al coche. Lleno de humo, con la voz que me decía ''te quiero'' y yo,  pensando en ella, sobre todo en ella, respondía lo mismo. Porque lo sentía. Sentía mis palabras, y lo sentía por no mentir y por mentir. Quizá no mentir sino ocultar, esa parte que no le hacía bien a nadie. Ni a mi misma. No se quien de los dos tenía razón. Me tomé lo del taxi como una metáfora de un viaje, de una burbuja en la que solo estar con él. Sabiendo que en la tormenta de fuera, para ayudarme, siempre estaría ella.

Y luego, de entre sueños y con dolor de cabeza, desperté. Malditas noches. Malditos sueños. Volví a dormirme  con el ruido de los coches de fondo. 




(Foto: Marinita Caballero) 

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