Ceniza, zapatos, historias






Ceniza, zapatos, historias. Tres palabras que no tienen relación aparente. Pero que al nombrarlas en ese orden y en un determinado momento, dejan vislumbrar pequeños atisbos de la verdadera y única realidad.
Historias por las que caminamos, con zapatos ya desgastados, dejando atrás las cenizas, de aquello que fuimos en el pasado.
Cenizas de algo que se va consumiendo, que prende con  fuego inestable y desconocido, mientras el humo efímero en los pulmones flota  segundos después por el aire. Dejando llevar las emociones y sensaciones como si nunca hubieran importado nada, o simplemente no hubieran existido.
Hay almas que tienden a volar, de esas a las que algunas veces las gusta posarse en algún lugar y observar.  Se camuflan entre el humo y nos observan, pensando que estamos locos. Pero todo se disipa. Y nos gustaría parar el tiempo o volver, una y otra vez, a empezar.
Este suelo es nuestro principal apoyo. En el que permaneceremos para siempre. Cuando nuestros zapatos no puedan dar un paso más, nuestra historia se haya terminado, y la ceniza solo sea lo que persista, habrá que agradecerle su presencia. Lo sé porque es a quien le debo mi fuerza, mi valentía.
El único que estará ahí  y me ayudará cada día.
Y me gusta la dulce idea de que de nosotros brotarán nuevos seres, nuevos comienzos y amaneceres. O todo muera, se acabe y anochezca de la misma manera. 
Me gustaría que nuestra locura no se esconda solo en tres palabras sin sentido, y las horas de pensamientos no se conviertan en un enemigo.
Y vuelvo a estar en ese punto, el de siempre, en el que no se lo que digo. Quizá al despertarme y abrir los ojos todo desaparezca con un leve chasquido.
Las historias se olviden, me de por caminar descalza y las únicas cenizas sean las de un corazón herido.


(Foto: Igor Cobo)


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