No un té cualquiera









Presiona las teclas del piano con suavidad y precisión. Con los ojos cerrados se deja llevar por la melodía. Fuera nieva y hay ese frío que hiela los huesos. Pero dentro, con la chimenea encendida y la tenue luz de las lucecillas y ante la imaginación que brindan sus parpados cerrados podría ser cualquier estación del año, cualquier mes, cualquier día, en cualquier momento. El olor a té lo devuelve a la realidad. Acaba la canción y con dulzura cierra la tapa. Se apoya sobre ella con los codos y observa a su chica servir con la tetera en cada taza aquel delicioso y delicado brebaje del que antes ignoraba su existencia. Ella le ha enseñado cosas de un mundo que apenas tenía interés para él. Los detalles que ella le hace ver son el significado de su unión. Ella le hace una seña para que lo acompañe al sofá y se sienta. Al hacerlo vuelve a levantarse, se ha sentado encima de algo. Lo coge con cuidado. Es un envoltorio de uno de sus dulces favoritos. Lo desenvuelve y se lo come mirándole animada. Él se levanta mientras ella registra debajo de lo cojines donde encuentra otro envoltorio. Le mira con una mirada indescifrable de mujer mientras él se acerca. Lo desenvuelve y coge entre sus dedos un anillo de oro blanco con espirales en el que resalta  en medio un pequeño diamante. Los ojos se la llenan de lágrimas, él la coge de las manos y la pone el anillo. La rodea con sus brazos y la besa en la cabeza. El té se enfría esa noche. El crepitar de la leña disminuye poco a poco. La lucecillas se apagan. Fuera sigue nevando. Pero esas cosas generales no importan. Descansa toda la importancia sobre dos seres pequeños ante la inmensidad de lo demás. Aquellos a los que no les importará por esa noche no pensar en nada más. ¡Que más da si el té esta frío!




(Foto: Marina Caballero)

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