Estrellas y espinas











Nadie  le quita las ganas de vivir, pero tiende a volverse frío. Más que helado. No sabe como controlar las ganas de volar, pero sabe que tiene que esperar. Quitando de su alma los impulsos de locura. Lo que una vez le hizo creer que hay algo más. Más que esto, y todo aquello que parecía infinito. Ese infinito que tuvo que esconder porque no tenía cobijo ni tiempo junto a él. Ese mundo que no valía una miseria en el suyo. Pasaban los años y no podía hacer que esos mundos se juntaran, empezó a dejarlo atrás, sin remedio alguno. Dejando que otros pensaran que podían disfrutar de ello, sin esfuerzo. El ya lo veía lejano, se despidió de la esperanza y besó delicadamente a la melancolía. La botella de tequila, una nueva amiga. Secando lagrimas que poco a poco ya no salían. Tirado sobre el suelo. Repudiando el calor del exterior, encerrándose en algo que algunos llamaban realidad. Como el agua mojando los extremos de un papel ascendía la escarcha, su corazón se aceleraba queriendo salir de esa prisión, gritaba sufriendo, golpeaba contra el pecho reclamando un aliento. Pero no lo consintió su amo, lo dejó secarse, congelarse. Intentaba moverse pero solo hacía que se resquebrajara. En los huesos por inanición dejaba que el aire fuera lo único que le acariciara, su mente le traicionaba. Pero contra eso no podría hacer nada. Dejó el alma a manos de la indiferencia. Había otros aspectos vitales que requerían más atención, se decía. Sabía, no obstante, que era mentira. Caminaba dando la mano a la pena. Ella lo embaucó y lo resguardó de la luz en su umbroso seno. 
Salió como siempre por el sendero de su vida. Viendo a gente riendo y llorando por sentimientos que desconocía. No quería ni lo bueno ni lo malo. Un día buscó, pero inútilmente. Eso no existía para el, se decía y seguía caminando.
En un breve momento alzó la mirada, vio una estela de color dorado. Era el pelo de un ser extraterrestre. Sonreía como no entendiendo lo que era el lamento. Ojos como el cielo, enseñándole de nuevo lo que era la libertad. Le acaricio por un segundo la esperanza. Se giró para seguir a la criatura. Entablaron una conversación. Palabras que hicieron despertar al corazón. Recuperando el color sangriento, llenando las venas con su elixir secreto. Su amo se echó mano al pecho, ¿Se estaría creciendo con las expectativas?, era demasiado tarde para volver atrás. ¿Sería lo que los locos llamaban amor? Se dio cuenta en ese momento que era demasiado extremo. Debía aprender a crear un mundo donde todo tuviera un hueco, debía dejar poner límites a todo. Volvió a aspirar el olor del infinito, expirando en un suspiro todo cuanto lo ha cubierto. Ahora camina tranquilo. Quitándose con valentía las espinas que lo desgarran sin volverse por el dolor loco y observando en el cielo las estrellas como el mayor enamorado de un mundo, su mundo.







Foto: Marina Caballero.


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