Sin sentido vuelvo a amanecer








Desde hacía unos años mi vida seguía una línea continua. Una rutina constante en un ciclo sin fin. Al principio supuse que era una simple etapa de la vida. Empecé a cansarme de aquello, pero era algo para lo que me había preparado, lo que tanto había deseado. Un trabajo que me ofreciera el suficiente dinero para vivir estupendamente. Y justamente vivir era lo que menos hacía. Lo tenía todo sí, pero aun así me faltaba algo.

Recuerdo de aquel día  que era martes, muy temprano. Salí  de casa y pare en una cafetería para desayunar antes de ir a trabajar. Era invierno y todo estaba cubierto de nieve. Me fue difícil, mas tarde, arrancar el coche. Seguí la ruta de siempre, a la misma velocidad de siempre, con el mismo trafico de siempre. Salvo por un color rosado que teñía ese día el cielo. Era un amanecer hermoso, me lo quede mirando varios segundos. La luz que desprendía aquel alba me cegó por un momento. Me sentí ligera, un ser inmaterial que viajaba a merced del viento. Un segundo más tarde me pitaban los oídos, recuerdo ese olor a asfalto y un sabor metálico en la boca. Pero al mirar a mí alrededor todo seguía igual. Los coches se fueron apartando y desapareciendo de la carretera, el cielo se despejó y el sol brillaba como nunca lo había visto, mientras se alzaba en el horizonte. En vez de tomar el desvío seguí hacia delante. Hacia el centro. Necesitaba ropa nueva que me sacara de mi monotonía. Las calles casi estaban vacías, las tiendas abiertas sin clientes. Entre en una pequeña después de aparcar. Tenía vestidos preciosos, de todo tipo. La dependienta era encantadora, perdí la cuenta de la ropa que me había probado y en cada lugar cogí barias cosas que me gustaban: tres o cuatro bolsos, cinco vestidos, cuatro pantalones, una camisa, dos camisetas, medias, una chaqueta,.. Muchísimas cosas. Hacía mucho que no me compraba ropa, así que mi bolsillo lo iba a sentir al llegar a caja. Pero extrañamente los dependientes me sonreían y me invitaban a salir amablemente diciendo: hoy es el día del coma, puede usted coger lo que desee sin necesidad de preocuparse por el precio. Menuda tontería pensé, pero rápidamente mi cabeza rechazaba esa contrariedad y como si me hubieran drogado, sonreía y me iba. Era un día estupendo y no lo arruinaría con mi negatividad. En la peluquería me atreví a teñirme el pelo y a cortarlo más corto de lo normal. Y después de llenar el maletero con lo que sería mi nuevo armario, me senté en una cafetería estupenda con vistas a la plaza donde un pianista tocaba con pasión una melodía hermosa. Pedí un café y trozo de tarta. Y mientras la saboreaba un señor elegante se sentó a mi lado. Yo no lo había invitado pero tampoco me importaba compartir la mesa con él. Me preguntó por mi día, y por mi vida. Yo no tuve inconveniente en contarle todo lo que me había comprado y lo que había hecho, también que había llamado a mi familia para hacer una cena en mi casa esa misma noche, y mi dimisión en el trabajo. El hombre escuchaba atentamente, pero no dijo nada más. Lo mire a los ojos después de mi explicación y vi en ellos el reflejo de alguien, una mujer, con un color diferente, y con una sonrisa. Después a otra, una grisácea y deprimida. Mis ojos se llenaron de lágrimas, el corazón se me encogió en un puño y no podía respirar, la melodía del pianista sonaba cada vez más cercana y me desgarraba los oídos. No podía gritar ni moverme. Tan solo me dejé caer, cegada por el mismo amanecer en un cúmulo de extrañas sensaciones.

Levante entonces la cabeza de la camilla donde me encontraba, alguien vino a cogerme por los hombros y a decirme que me tranquilizara. No me explicaba como había acabado allí, y lo último que recordaba era estar en mi coche e ir de camino al trabajo. Un chico extraño estaba a mi lado intentando calmarme, tenía el pelo alborotado y ojeras de no dormir en varios días. Sus ojos  verdes y llorosos. Estaba segura de que no le conocía, y al caérsele la primera lagrima le oí decir con voz trémula:

- Gracias al cielo.

-¿Que ha pasado?- Pregunte. 

- Mi coche se deslizó en la carretera y chocó con el tuyo. Perdiste el sentido y llevas aquí en coma casi cuatro días. Espero que me puedas perdonar.


Entonces recordé algo, la imagen de una chica que jamás había visto, llena de color y  de alegría. Un accidente que me había hecho renacer. Y una melodía que me devolvió a la vida.  

-Gracias, realmente me has devuelto el sentido. He vuelto a amanecer. ¿Tocas el piano?

-Sí, ¿por qué?- Pregunto confuso él.

-Por nada. – Sonreí bajo la penumbra de la habitación- Invítame a comer y ya te contaré.




Escrito para la segunda clase de taller de escritura. 
(Foto: Marina Caballero)

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