A mi abuela

Cada diez de febrero me acuerdo de Ella, de lo mucho que echo de menos esa sensación que ahora me invade de la Persona que ahora estaría muy emocionada con mi cumpleaños, incluso más que yo. Me gusta, cada año desde que me falta, pasar a su cocina y recordarla en cada lugar. Cojo mi caja marrón y rememoro cada momento junto a ella, porque  saco sus cosas, las que más me recuerdan todo lo que hacía, y es un momento en el que la siento junto a mí, en el que el frío y el vacío ya no están, y todo es como antes.
Sigo deseando volver a ese día de mi cumpleaños en el que llegué de clase y lancé las cosas al aire para pasar el día junto a ella, y lo que menos me imaginaba era que estaba en el hospital.
¿Se puede odiar más a una enfermedad?
Quizá sí, quizá no, pero cuando me invade su ausencia, intento pensar en que vivió una vida concentrada en cincuenta y siete años, ¡toda una “anciana”!,  una vida en la que, en lo que a Mí respecta,  las alegrías fueron mayores, y mejores que las penurias, una vida en la que las virtudes dejaban en la sombra a los defectos, y una vida en la que la voluntad, al final, compensaba lo que la salud la negaba.

Me gusta pensar que ambas hicimos la vida de la otra mucho mejor, y que le dije pocas veces todo lo que la quería... y la quiero; te quiero “Guelita”, ¡Siempre estarás conmigo mientras viva!,  intentaré  hacerlo como tú, con tu fuerza y tu alegría. 

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